LILIANA DÍAZ MINDURRY: DIOSES EN EL ESCRITORIO


LILIANA DÍAZ MINDURRY: 
DIOSES EN EL ESCRITORIO
  

Posibilidades

Claro que hay palomas feroces y quemados vivos que se deleitan y mujeres de quinqué que razonan genocidios
y hay mujeres que devoran a sus hijos y caballos brutales y toros que pacen hierba feliz de los valles
y guerreros inmortales de epopeyas y ventanas que abren vacíos y bombillas eléctricas que desean vivamente oscurecer
y mujeres que desean perderse y que sus heridas les adornen el cuerpo como bellos tatuajes
y hasta es posible que haya techos que leviten de placer y paredes que se derrumben como las que caen en brazos del amante y terrazas que suban a las nubes
y el horizonte, ya sabemos, se tuerce hacia cualquier parte,
eso nos permite hacer de cuenta que no, señores, no,
hasta es posible mirar
hacia
otra
parte.


© Liliana Díaz Mindurry,
Poema del libro inédito Guernica .



Pintura de Giorgio de Chirico

ESO

Mire muy bien eso que tiene frente a los ojos. Me refiero a la imagen de esa estación en la noche con un vagón abandonado. ¿La ha visto bien? Es la muerte. Me entendió bien, no bromeo. Se lo repito en el oído como un secreto: es la muerte. Hay gente que piensa que la muerte es una no-percepción, otros que imaginan habitaciones fantasmales con camas que se hunden y techos a punto de desaparecer, el mismo mundo de siempre como en sueños, nubes con angelitos, llamas y diablos, pozos, flotaciones en el espacio. La gran incógnita ¿no? Bueno, usted ya tiene la verdad, la única que interesa, el misterio enorme. Como los santos que no soportan la voz de Dios, como esos que no soportan el goce de los otros, usted tiene ante sí la imagen de lo que no se puede soportar. Respire profundamente, concéntrese y mire lo que le ha sido revelado por milagro. Relájese, deje que la visión le entre en la retina y detrás de la retina, en lo más oscuro del cerebro, y detrás del cerebro, en el hueco que duerme fuera de usted, y detrás del hueco que duerme fuera de usted, en el absoluto cero, y mientras la imagen lo llena y lo vacía por entero, yo, detrás de usted, le incrustaré un disparo en la nuca, con dulzura, con la más extrema delicadeza. 



LA ABANDONADA
       
Ahí mesmo me despedí / de mi infeliz compañera. / Me voy –le dije-, andequiera/ aunque me agarre el gobierno, /pues infierno por infierno,/ prefiero el de la frontera.

JOSÉ HERNÁNDEZ
Hubo una vez o había una vez o es un eterno, miserable presente en el que marchan, marcharon o marcharán por el desierto (si es que eso es un desierto), ambos a caballo (si es que eso es un caballo), él, los ojos cortados a tijera de escritorio, colocados a golpes de maza sobre el cráneo chato, ojos donde bailan los perros pero los perros de escenografía (él, si es que él existe), ella, ojos aguados con barcos que no se amarran a ningún puerto –porque la llanura es un mar verde donde nadie llega a ninguna parte- barcos deshechos (ella, si es que ella existe), él, nublado o avanzando en humaredas, como si tuviera el cuerpo hecho de letras, versos, estrofas, o quién sabe, frases, cara de papel y tinta, ella, algo más corpórea en su neblina, pero también hecha de la sustancia deleznable de las palabras, el caballo que se hace cada vez más fantasmagórico, incluso a veces deja de existir y su relincho es apenas una brizna de silencio o un ruido de hojas ejecutado por cualquier mano más o menos aburrida, la noche, la tremenda noche del desierto, apenas un lienzo negro esbozado a lápiz, el desierto, una sábana verde y una línea interminable que termina sin embargo en un falso horizonte trazado con regla, hubo una vez, habrá una vez o hay una vez en la que el caballo se mueve en un movimiento ficticio hacia ninguna parte, donde hay recuerdos, pero pertenecen al presente, un entierro en el pajonal y después el hambre, el hambre hecho de tristeza o la tristeza hecha de hambre, sobre todo el miedo de ella, la de ojos aguados, miedo del indio que acecha o de otra cosa muy solapada más temible que las tolderías, comen a veces carne cruda o raíces de sueño, carne cruda y raíces sin gusto ni consistencia, son guiados por estrellas, vientos y animales imaginarios, animales que son ruidos o insectos pequeños entrelazados de collares que entran en la retina de Alguien que lee en algún escritorio, y es una noche o es un día, o son días y días que son como una sola noche, qué llanura, qué noche, qué caballo, qué animales, vientos y estrellas, qué hombre, qué mujer, qué entierro, qué pajonal, qué alimentos, pero hay tristeza y hambre en alguna parte, hambre de existencia, el hombre -Martín Fierro lo llaman- le habla a la mujer -cautiva le dicen- le habla con palabras huecas como suspiros de muerto: que han alcanzado la estancia, la tierra sin salvajes, que debe irse, le habla en verso de infiernos y de fronteras, y entonces ella le contesta con otra voz, hueca también, pero diferente a  la de antes, que por favor no se vaya, que no la deje sola, por favor, por Dios, si es que hay un Dios más allá de las cadenas de escritorios, él con voz siempre hueca, pero diferente a la de antes, se enoja, le dice que no lo distraiga, que ya no puede responder en verso, que José Hernández ha dispuesto que debe encontrarse con sus hijos y que ése es el destino, José Hernández dispone, no hay otro Dios que no sea José Hernández en su teología y no es posible escapar a sus designios, ella, aterrada, le explica que entonces desaparecerá para siempre, se hundirá en la nada, no te hundirás, responde él siempre airado y con la voz diferente, prosaica, sin palabras gauchescas, será el eterno retorno, volverás cada vez que alguien te convoque, así le dice y ella: volverá el indio y mi dolor, volverá a morir mi hijo, así ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencios, volverás a pelear, a bailar en la sangre, pero él ya se ha ido como si no hubiera estado nunca, como si jamás hubo una vez no hay ni habrá ni la más ínfima vez, los ojos aguados lloran lagos, mares, océanos de tinta con la suavidad del odio, a lo lejos hay una luz de amanecer, una diminuta luz, una luz que no es luz, una luz enmascarada, disfrazada, con antifaces, ella deja de llorar y observa asombrada que todavía existe, que Martín Fierro ha partido hacia su destino encuadernado, pero ella todavía existe, soy, piensa, no me han hecho de letras, de palabras, de giros gramaticales, soy, piensa, soy, y tiene ganas de torcerse de alegría, se ha escapado de su eterno retorno con el indio y el hijo muerto, aunque el indio y el hijo están hecho de la misma sustancia apalabrada, entonces, no la rodea un campo dibujado, no mira un caballo fantasmagórico, mis ojos aguados son reales, los barcos de mis ojos se amarran a un puerto, estoy hecha de carne y sangre, no soy vacío disfrazado, hay un Dios fuera de los dioses de escritorio, ladra la mujer o aúlla o ruge con voz de cartones y silencio, destinada no obstante a desaparecer cuando termine la interminable frase en ese excremento de mosca fantaseada, en esa brizna, en esa nada del punto.
               
Liliana Díaz Mindurry nació en  Buenos Aires.
Obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina
de Escritores por la novela
La resurrección de Zagreus;
el Primer Premio Municipal de Buenos Aires
(cuentos editados -Bienio 90-91-),
por el libro La estancia del sur;
el Primer Premio Municipal de Córdoba
por el mismo libro; el Primer Premio
Fondo Nacional de las Artes 1993
por la novela Lo extraño.
Se suman el Premio Centro Cultural de México
(Cuento 1993); el Premio El Espectador de Bogotá,
(Cuento 1994), ambos en el concurso
Juan Rulfo de París
y el 1º Premio Jiménez Campaña de Granada.
Entre otros galardones a su obra, obtuvo
el Premio Planeta 1998 (Biblioteca del Sur)
por la novela Pequeña música nocturna.
Esta novela fue traducida al alemán
y publicada por VGS, Köln, 2000,
con el título: Nachtmelodie,
reeditada luego por Huso Editor, Madrid, 2016.
Tiene 23 libros publicados, entre ellos
las novelas: La resurrección de Zagreus,
A cierta hora, Lo indecible, Lo extraño,
Pequeña música nocturna, Summertime.
Su novela Hace miedo aquí, fue reeditada
en España por Huso Editor, Madrid, 2018.
Se suman los textos: El que lee mis palabras
está inventándolas, Perro ladrando a la luna,
Cita en la espesura y los ensayos: La voz múltiple
y La maldición de la literatura,
este último reeditado (Huso Editor, Madrid, 2016).
Entre sus libros de cuentos mencionaremos:
Buenos Aires ciudad de la magia y de la muerte,  
La estancia del sur, En el fin de las palabras,
Retratos de infelices y
Último tango en Malos Ayres.
El cuento “Onetti a las seis” fue llevado
a la escena teatral por Hernán Bustos
junto con “Un sueño”
(realización Juan Carlos Onetti).
Participó de antologías de cuento en España,
en la que también se publicaron otros relatos como:
"Rulfo cien años después” (Huso, Madrid).
Realizó el postfacio a las Obras Completas
de Juan Carlos Onetti, Editorial Galaxia Gutenberg
de España. Ha  escrito numerosos ensayos
sobre la obra de este autor.
En poesía publicó: Sinfonía en llamas,
Paraíso en tinieblas y Wonderland (reeditado por
Ediciones del Dock, 2017),
Resplandor final, Cazadores en la nieve,
obra traducida y editada por Reflet de Lettres,
París, 2017. Poesía Completa (1990-2017).
Obtuvo el Premio Fondo Nacional de las Artes,
el Subsidio de Antorchas, la Faja de Honor
de la Sociedad de Escritores,
el Primer Premio Embajada de Grecia,
el Primer Premio First, entre otros.
Varios de sus poemas fueron publicados
en Colombia, Austria, Uruguay, Perú,
Estados Unidos y otros países.
Su obra fue traducida al alemán, inglés y francés.
Coordina talleres literarios desde 1984.




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