SEBASTIÁN JORGI. CUENTOS BREVES


SEBASTIÁN JORGI. CUENTOS BREVES


CUENTOHISTORIETAS                     

Yo he sido nombrado juez de la colonia penitenciaria. A pesar de mi juventud, porque yo era el consejero del antiguo comandante en las cuestiones penales, y, además, conozco al aparato (ejecutor) como nadie. Mi principio fundamental es éste: la culpa es siempre indudable.

En la colonia penitenciaria, Franz Kafka.

EXTRANJEROS

A Irene Marks, Horacio Laitano e Ignacio Giancaspro
Silencio, Hospital —leyeron. Los extranjeros no entendieron al principio el contenido, el símbolo del cartel, cuando entraron al país de los humanos “bien derechos y humanos”. Uno de los visitantes notó que algunos hombres llevaban máscaras antigases. En la calle había un hombre gigantesco que estaba tirado, semidesnudo. -¿Está herido? -Ayúdenme

-dijo el hombre. -¿Ha habido una guerra? Ante la insistencia de los extranjeros, el humano grandote negó con la cabeza. Al fin, dijo: -Ayúdenme. Soy Tarzán, el rey de la selva..   


 VERNE

A la memoria de don Paco Soto y Osvaldo Picardo

El mar estaba inundado de cuerpos extraños. Especie que no pertenecía a las aguas, sino al aire y al sol abierto. Me era imposible ya conducir el submarino. Las 20.000 leguas habían quedado atrás. Aquel había sido un viaje normal entre los naturales habitantes del mar. Ahora el transitar se hacía lento ante la espesura conformada por esos cuerpos extraños de brazos y ojos en ademán de saludo. Intuí que hacían señales, en tono de desesperación. ¿Era la Atlántida? Parecían cuerpos inanimados, casi se podían adivinar en ellos gestos humanos. Pero no: todo no era más que una lacerante alucinación que me conmovía, un sueño aterrador que me presentaba esa masa carnívora, informe por momentos, como sumida en una agonía eterna.

-Esto es más fantástico y terrorífico que todo lo imaginado por usted, señor Verne. -Tiene razón, capitán Nemo.
      
                                    

WAKEFIELD II A Elena Dubecq i.m.

El hombre salió a comprar cigarrillos. Su mujer, Delia, le había dicho que no tardase. El pensó en Wakefield, aquel cuento de Nathaniel Hawthorne, en el que el hombre decide irse de su casa para regresar transcurridos casi treinta años. Pero él no tenía motivo para tamaña idea. Era feliz con Delia. Antes de llegar al quiosco, un puñado de hombres lo detuvieron. Lo metieron en un auto y le hicieron preguntas. —Les repito que me llamo Daniel García. —Es a usted a quien buscamos. —¿No estarán confundidos, señores? Miren que Danieles Garcías hay muchos. Además, no hice nada. Unas horas después se encontraba encerrado en una especie de cárcel con una veintena de hombres. Todos se llamaban Daniel García. Comprendió horrorizado que se había convertido en otro Wakefield, en un nuevo Wakefield...

LA ÚLTIMA HISTORIETA
A Manolo Serrano Pérez y Carlos Alberto Débole i.mAdolfo Pérez Esquivel
Cavaron con ahínco. Muchos eran los que habían quedado atrapados. ¿Acaso todo había sido calculado por el misterio insondable? El primero en llegar fue Flash Gordon, acostumbrado a la lucha en las cavernas. La fila era larga. Siguieron Misterix, Rip Kirby y el Corsario Negro. En la gran cavidad, apenas se notaba la luz. En el medio de la larguísima hilera, Hópalong Cássidy, el Cisco Kid y Poncho Negro conversaban. Más atrás, Shazam, Bull Rocket y El Fantasma intercambiaban impresiones sobre la posibilidad de horadar con rapidez. Otros héroes más modernos como El Hombre Nuclear, La Mujer Maravilla y He-Man bajaban la montaña. Se habían sumado para ayudar a sus abuelos y padres de la Historieta. Adelante, los primeros mostraban desaliento. Y sus rostros, el cansancio. ¿Hasta dónde era penetrable el misterio? Dick Tracy se había sentado sobre una piedra, pensativo. Meteoro iba y venía, mientras Superman y Batman conjeturaban. En este lugar, la patria de los niños había sido abruptamente saqueada. Un caballo suelto irrumpió al galope. Y un ladrido rompió el silencio producido por el agotamiento. Era Lassie, seguido por Furia. El Eternauta, Patoruzito y el Sargento Kirk agradecían el esfuerzo de los compañeros extranjeros. Muchos de éstos  apenas creían en esas noticias fantásticas que hablaban de  cementerios clandestinos.           

Todos luchaban para que las historietas tuviesen un final feliz.

                                                                                                       Octavio Paz y Sebastián Jorgi, 1985.

PLAZA CONSTITUCIÓN

A Irene Marks

Los tres niños se pararon frente a la panadería del gran hall de la estación terminal de trenes: Plaza Constitución. Se podría deducir las edades entre 5, 7 y 11 años. Desarrapados, sucios, permanecían como pegados a la vidriera de la panadería. Sus ojos, ansiosos al ver las facturas y el pan, las tortas y los sánguches de miga, estaban como desorbitados. Extendían las manos pidiendo monedas a los pasajeros -miles en una estación terminal del sur de la provincia de Buenos Aires-, aunque, en verdad, lo que estaban aguardando era una señal desde adentro del negocio. La muchacha que atendía, a escondidas de los patrones, les solía dar un par de bolsas, en las que cargaba pan, facturas y restos de porciones de pasteles. Y cada uno, en medio de la desesperada espera, se iban llenando y colmando el hambre con los recuerdos.                                                 °°°°      

Y por qué, mamita, está pasando todo esto que nos pasa, qué pecado hemos cometido, por qué papá se ha ido lejos y ya no nos quiere, por qué debes andar con todos esos hombres en el andén de Temperley…no te imaginas lo que me decían los compañeritos de la escuela, que te vieron más de una vez con varios hombres coqueteando de acá para allá…y yo qué les iba a contestar, me quedaba mudito, pues me daba cuenta que después conseguías comida…                                                                  

°°°°   

Y a mí, que me iba muy bien en la escuela, desde que papá se quedó sin trabajo, con la crisis del 2001, se ha dado a la bebida y anda tambaleando, medio loco, por las calles de la ciudad o en algunos barrios buscando pendencia…cuántas veces se lo han llevado preso por agresiones y por robos reiterados y mamá, pobrecita, debió acudir al juez para que él ya no se arrime a casa…dicen que lo han visto cartonear por Plaza Constitución, mientras mamá trabaja de doméstica de casa en casa, humillándose, desfalleciente de cansancio

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Y yo qué voy a decir de diferente a mis dos amiguitos, todos creen que somos hermanos, en realidad, lo somos, hermanos de Plaza Constitución y del hambre que no podemos saciar…pensar que hace unos años estaba todo normal en casa, mis papis trabajaban los dos y podíamos pagar el alquiler…ahora, con esta crisis, hemos ido a parar debajo del puente de la calle Paracas, acá, a unas pocas cuadras de Plaza Constitución….y aquí estoy, con mis dos amiguitos, esperando que la empleada de la panadería nos dé pan…    

La empleada, apenas su patrona se fue hacia la parte del horno del negocio, cargó una bolsa grande con todo lo que pudo y lo que el tiempo le permitía, hasta el regreso de la dueña de la panadería. Y salió, con una escoba en la mano, para simular que limpiaba la entrada que daba al enorme hall de la estación de trenes. Los tres niños agarraron la bolsa y se fueron hacia los andenes de la zona Vía Temperley.

El gentío, que iba y venía, ya acostumbrados a ver este cuadro de niños marginados por la falta de vestido y por el hambre, seguía los derroteros individuales en el regreso a sus casas. Se trataba de una clase media que había podido resistir los embates de la desgracia y si bien, estaban al borde del abismo por la situación general del país, con una espantosa resignación, continuaban caminando para abordar los trenes.  Pero no experimentaban ese terror íntimo de no comer durante días o de estar  “mal comidos”, la humillación constante de toda una generación de argentinos -a las que se iban sumando cada generación venidera- y así, sucesivamente, como en una progresión geométrica. A tan sólo metros de donde ellos abordaban los trenes del sur, las veredas aledañas de la estación del ferrocarril, albergaban a la intemperie, a varias familias, mal abrigadas y con colchones en desuso, que solían dejar algunos seres piadosos. O en el mejor de los casos, el Ejército de Salvación, que tenía un local en la zona de Plaza Constitución. El nombre “Constitución” era una mueca irónica para quienes debían estar protegidos por la Constitución Argentina, que tanto costara a próceres del siglo XIX.

Los tres niños cruzaron las vías, contentos por llevar el pan a sus familias, ya entrada la noche. Se saludaron y se dijeron hasta mañana. Cada cual se iba hacia su destino, paralelo y tremendo.    Pateaban una pelota hecha de trapos viejos, atadas con hilo sisal, a medida que iban cruzando los andenes de la estación terminal de trenes.





Sebastián Jorgi nació en Lanús Este. Es Profesor de Castellano, Literatura y Latín y Licenciado en Periodismo. A los 14 años obtuvo su primer galardón en Canal 7, en el programa “La bohardilla de las ilusiones”, con Marcos Zucker y Juan Carlos Mareco. En los años 60 leía poemas en peñas literarias (Café Nacional, El Manantial, Café Boulevard y Tortoni) Concurrió a La casa del Tango con Cátulo Castillo e integró los grupos Meridiano 70 y Macedonio junto a Alberto Vanasco. Publicó ocho libros de cuentos, dos novelas, cinco ensayos y cuatro poemarios.
Fue Conferenciante y Profesor Invitado en Colegios y Universidades de Puerto Rico. Obtuvo premios literarios en España, Chile y México. También en nuestro país como el Premio Pen Club de Cuentos y la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Ha escrito obras de teatro en colaboración con Miguel Ángel Páez  y Nora Thames. Uno de sus monólogos fue representado por el escritor Humberto Costantini en Altos de Monserrat en 1983. Su cuento Quasimodo fue adaptado para radio y televisión por el actor Jesús Berenguer. Integra la antología Y el fútbol con un cuento (Alfaguara, 2007, selección a cargo de Alejandro Apo). Ha sido galardonado con el Diploma de Honor Anderson Imbert por su obra como cuentista por el Instituto Literario y Cultural-Hispánico (California).


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