...“ningún pentecostés de alas ardientes
desciende sobre mí”...
..."Por una fisura del corazón
sale un pájaro negro y es la noche"...
Olga Orozco
Amé la soledad, la heroica perduración de toda
fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento.
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento.
Ella está sumergida en su ventana
contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
-¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe,
ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre.
Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el tiempo,
con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde su madriguera,
con el vértigo de mirar hacia arriba,
como tu amor que se encendía de pronto como una lámpara en medio de la noche,
con pequeños fragmentos de un mundo consagrado para la idolatría,
con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriendo el costado del miedo,
a la sombra del ocio que abría tiernamente un abanico de praderas celestes,
hiciste día a día la soledad que tengo.
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno;
camina junto a mí con tu paso vacío,
y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en nunca.
La dejaste en mis puertas como quien abandona la heredera de un reino del que nadie sale y al que jamás se vuelve.
Y creció por sí sola,
alimentándose con esas hierbas que crecen en los bordes del recuerdo
y que en las noches de tormenta producen espejismos misteriosos,
escenas con que las fiebres alimentan sus mejores hogueras:
La he visto así poblar las alamedas con los enmascarados que inmolan el amor
- personajes de un mármol invencible, ciego y absorto como la distancia -,
o desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al mar,
lejos, en otra parte,
donde estarás llenando el cuenco de unos años con un agua de olvido.
Algunas veces sopla sobre mí con el viento del sur
un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido en la garganta rota de la dicha,
o trata de borrar con un trozo de esperanza raída
ese adiós que escribiste con sangre de mis sueños en todos los cristales
para que hiera todo cuanto miro.
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti.
Aúlla con tu voz en todos los rincones.
Cuando la nombro con tu nombre
crece como una llaga en las tinieblas.
Y un atardecer levantó frente a mí
esa copa del cielo que tenía un color de álamos mojados y en la que hemos bebido el vino de eternidad de cada día,
y la rompió sin saber, para abrirse las venas,
para que tú nacieras como un dios de su espléndido duelo.
Y no pudo morir
y su mirada era la de una loca.
Entonces se abrió un muro
y entraste en ese cuarto con una habitación que no tiene salidas
y en la que estás sentado, contemplándome, en otra soledad semejante a mi vida.
OLGA OROZCO, Poesía Completa, 2012.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
-¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe,
ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre.
No hay puertas
Con arenas ardientes que labran una cifra de fuego sobre el tiempo,
con una ley salvaje de animales que acechan el peligro desde su madriguera,
con el vértigo de mirar hacia arriba,
como tu amor que se encendía de pronto como una lámpara en medio de la noche,
con pequeños fragmentos de un mundo consagrado para la idolatría,
con la dulzura de dormir con toda tu piel cubriendo el costado del miedo,
a la sombra del ocio que abría tiernamente un abanico de praderas celestes,
hiciste día a día la soledad que tengo.
Mi soledad está hecha de ti.
Lleva tu nombre en su versión de piedra,
en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno;
camina junto a mí con tu paso vacío,
y tiene, como tú, esa mirada de mirar que me voy más lejos cada vez,
hasta un fulgor de ayer que se disuelve en lágrimas, en nunca.
La dejaste en mis puertas como quien abandona la heredera de un reino del que nadie sale y al que jamás se vuelve.
Y creció por sí sola,
alimentándose con esas hierbas que crecen en los bordes del recuerdo
y que en las noches de tormenta producen espejismos misteriosos,
escenas con que las fiebres alimentan sus mejores hogueras:
La he visto así poblar las alamedas con los enmascarados que inmolan el amor
- personajes de un mármol invencible, ciego y absorto como la distancia -,
o desplegar en medio de una sala esa lluvia que cae junto al mar,
lejos, en otra parte,
donde estarás llenando el cuenco de unos años con un agua de olvido.
Algunas veces sopla sobre mí con el viento del sur
un canto huracanado que se quiebra de pronto en un gemido en la garganta rota de la dicha,
o trata de borrar con un trozo de esperanza raída
ese adiós que escribiste con sangre de mis sueños en todos los cristales
para que hiera todo cuanto miro.
Mi soledad es todo cuanto tengo de ti.
Aúlla con tu voz en todos los rincones.
Cuando la nombro con tu nombre
crece como una llaga en las tinieblas.
Y un atardecer levantó frente a mí
esa copa del cielo que tenía un color de álamos mojados y en la que hemos bebido el vino de eternidad de cada día,
y la rompió sin saber, para abrirse las venas,
para que tú nacieras como un dios de su espléndido duelo.
Y no pudo morir
y su mirada era la de una loca.
Entonces se abrió un muro
y entraste en ese cuarto con una habitación que no tiene salidas
y en la que estás sentado, contemplándome, en otra soledad semejante a mi vida.
OLGA OROZCO, Poesía Completa, 2012.
Nació
el 17 de marzo de 1920 en Santa Rosa de Toay, La Pampa. Falleció el 15 de
agosto de 1999.
En
1936 se estableció en Buenos Aires. Se graduó en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UBA. Escribió para las revistas Canto, A partir de Cero, Sur, Cabalgata y Anales de Buenos Aires. Firmó su artículos con ocho seudónimos. Participó como actriz en diversos radioteatros. En 1961 obtuvo una beca del
Fondo Nacional de las Artes y el gobierno de Italia para estudiar en
Europa.
Publicó la novela La oscuridad es otro sol (1968).
Publicó la novela La oscuridad es otro sol (1968).
Integró el movimiento
surrealista argentino junto a otros referentes como Enrique Molina, Aldo
Pellegrini y Juan José Caselli.
En
1971 recibió el Premio de Honor de la Fundación Argentina de
Poesía. En 1980 fue distinguida con el Premio del Fondo Nacional de las Artes. Y en 1998 ganó el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe "Juan Rulfo" por su labor poética.
Sus textos fueron traducidos al francés, inglés, italiano, alemán, rumano, hindú, portugués y japonés.
Sus textos fueron traducidos al francés, inglés, italiano, alemán, rumano, hindú, portugués y japonés.
Publicaciones en poesía:
Desde
lejos (1946)
Las
muertes (1952)
Los
juegos peligrosos (1962)
La
oscuridad es otro sol (1967)
Museo
salvaje (1974)
Veintinueve
poemas (1975)
Cantos
a Berenice (1977)
Mutaciones
de la realidad (1979)
La
noche a la deriva (1984)
Páginas
de Olga Orozco (1984)
En
el revés del cielo (1987)
Con
esta boca en este mundo (1994)
También
la luz es un abismo (1995)
Relámpagos
de lo invisible (1998)
Eclipses
y fulgores (1998)
Últimos
poemas (2009)
El
jardín posible (2009)
Poesía
Completa (2012)
Comentarios
Gracias Olga por abrirnos ese camino lleno de claroscuros...
Alicia Poderti